Un clásico en la cúspide

Aunque hace tiempo sabíamos de la enfermedad de Tàpies, su muerte nos arrebata al mejor de los pintores catalanes de nuestro tiempo. Cuando a principios de los sesenta la galerista Martha Jackson pierde a Pollock (se mató en accidente de coche), encuentra en Tàpies su sucesor europeo. Cuando hoy la Tate Modern explica en sus salas el arte de nuestro tiempo escoge sólo a Tàpies entre los artistas vivos. Esa es su dimensión: la cúspide de la pirámide. Un maestro, un clásico, el artista catalán actual más internacional.

¿ De donde arranca su arte?. ¿Cómo se forja?. Aunque siempre quiso ocultarlo,- como Juan Ramon Jiménez con sus primeros poemas-, Tàpies nació de la cultura visual del último Noucentisme, del realismo. Y desde la realidad configuró su obra. Primero con los retratos ingresianos, limpios y fríos de sus amigos y familiares. Después buscando la profundidad que la realidad oculta en el misterio, en el enigma, en la magia del Dau al Set y de los monstruos surgidos del sueño y de las entrañas de la tierra que veía, como Ponç, tan claros mientras dormía. Nunca entendí porque renegó de sus orígenes. Tampoco, la obsesión de algunos por leer siempre su obra en clave política.

El azar y el imprevisto le llevan a fijarse en la realidad más próxima y no hay nada más real que el muro. Un espacio en el que pasan cosas: materia táctil, elegante caligrafía y la poesía del signo. Estos tres elementos explican los últimos más de cincuenta años de una evolución coherente, nunca arbitraria, sin concesiones. Tàpies profundizó en esa realidad como San Juan de la Cruz buscando la nada y logró captarla en sus cuadros blancos de los sesenta. Entonces se dio cuenta que la cultura occidental no le bastaba, una cultura que había sido fuente de conflicto y tragedia en los de su generación y buscó en la encrucijada de otras civilizaciones: India y China. Tàpies fue siempre un pintor realista por esto no me sorprendió nada ver como en 1996 prologaba la exposición que el Reina Sofía le dedicaba a Balthus.

Cuando un hombre muere deja bien poca cosa, cuando muere un artista deja un mundo. De Tàpies nos quedan sus cuadros, sus escritos y el vacío que queda al perder a uno de los más grandes.

Artur Ramon

galerista