Goya y el azar

 

El cuadro de Goya Anibal cruzando los Alpes que en los próximos seis años podremos admirar en el Museo del Prado es uno de los hallazgos más extraordinarios de los últimos tiempos, un descubrimiento fruto del tesón y la fortuna. Fue reencontrado en 1993 mientras un conservador del museo visitaba la asturiana Fundación Selgas-Fagalde de donde procede. Ese mismo año se encontró también el Cuaderno italiano, la Moleskine del genio aragonés en sus años romanos en la biblioteca de una casa de Mallorca. Entre sus páginas apareció una sanguina preparatoria en la que tanteaba la composición. Sin embargo, ya en 1984, se daba a conocer el boceto preparatorio en la exposición El Goya Joven en Zaragoza y algunos de los máximos especialistas de aquel momento no creyeron en su atribución, los mismos que, años después, una vez enlazado el proceso de la idea a la invención, escribieron ensayos elogiosos llevados por una común amnesia historiográfica.

En 1771 Goya se obsesionó con la idea de ganar el premio de la Academia de Parma y se centró en resolver un asunto iconográfico complicado: Anibal vencedor, que por primera vez miró Italia desde los Alpes, tema del concurso. La esencia de la idea esta en el dibujo, -la raíz del arte que decía Miquel Angel-, que delimita firmemente la primera idea. Sólo duda en la figura que yace de espaldas en la parte izquierda, cuerpo de hombre y cabeza de buey que simboliza el río Po. En el boceto deshace la pintura y la envuelve en el lenguaje de Luca Giordano y Corrado Giaquinto. Y finalmente en el lienzo, de grandes dimensiones como obligaba el certamen, se pone rígido y baña la composición con la luz azulada del hielo alpino. Ya no duda en la recreación fantástica del río Po,- eco del mundo negro del viejo Giovanni Battista Piranesi, su vecino en Roma-, pero incorpora una alegoría femenina de la Victória que debió ver en los techos al fresco de las iglesias de la Ciudad Eterna.

Con tan sólo veinticinco años Goya no sólo perdió su primer concurso en tierras extranjeras sino el cuadro que entonces presentó, dormido durante 222 años. Sabemos que de Roma pasó a Barcelona y luego a Zaragoza y a partir de allí se perdió en el avatar de la história hasta que Fortunato Selgas lo compró como anónimo a finales del siglo XIX. Ahora por la feliz circunstancia del azar se ha reencontrado con sus eslabones previos: el dibujo y el boceto. Y todo ha sido posible gracias al interés que la inmensa fortuna crítica de Goya ha despertado en las últimas décadas, convertido en el más buscado de los artistas españoles en tiempos modernos.