LONDON ART WEEK – Día II

La vigilia de la inauguración

Antes de las 10 de la mañana voy a visitar a mi restaurador Saviano, un italiano especializado en Old Masters cuyo estudio está a una hora de mi apartamento. Salgo de la estación de Parsons Green y el día es gris como casi siempre en la ciudad del Tamesis. Por suerte no llueve. Huele a hierba y humedad. Paso delante de una casa donde podría vivir un psicópata del mundo vegetal. Como en un grabado de Piranesi, la vegetación se come a la arquitectura y la entrada de su humilde morada parece perfecta para un episodio de CSI. Sólo falta que salga un ermitaño con su gato gordo y sospechoso y me asuste justo cuando hago la foto que da fe de lo que veo y cuento.

Londres es una ciudad multiétnica y extraña. Me dicen que es estupenda para los muy jóvenes y los muy ricos. Yo no soy ni una cosa ni otra y me encuentro raro, desubicado, poco tiene que ver con la ciudad en la que viví hace treinta años. Saviano me enseña cómo avanza con nuestra Anunciación de Borgianni y el cuadro ahora es otro después de una limpieza a fondo. Me gusta la gente que goza con su profesión y lo expresan. Los restauradores son los médicos de los cuadros y en sus manos está parte del patrimonio artístico. Tienen más responsabilidad de la que podría parecer porqué con sus intervenciones pueden arreglar la obra o destruirla para siempre. Para la integridad de una obra de arte un restaurador puede ser peor que el tiempo. Sólo el agua o el fuego pueden ser más nefastos. Es curioso: los cuadros buenos siempre mejoran limpios mientras los malos es mejor no tocarlos, la suciedad, los barnices amarillos protegen los defectos de pinturas sin calidad. Salgo contento porqué progresa adecuadamente y la tendremos para la inauguración de nuestra nueva galería en Bailén en la rentrée.

A las 11 he quedado con Alan en el Victoria &Albert Museum, un restaurador especializado en pergamino que ha conseguido dejar nuestro retrato de Maria de las Cuevas, la nuera de El Greco pintada por él mismo sin una arruga. Aquí la arruga no era bella sino más bien fea y no dejaba leer bien la obra que ahora luce magnífica con el marco español que le ha puesto Horacio. No hay más de seis miniaturas de El Greco en el mundo y está es de la más bellas. Las otras acostumbran a ser retratos de hombres feos o viejos o las dos cosas a la vez. Un día explicaré en un libro como la descubrí.

Cae la noche en Covent Garden y el cielo es de hormigón armado. Londres ya no es lo que era, una ciudad atemorizada por el fuego y la barbarie del terror, la capital de un país que quiere divorciarse de Europa. Pero cuesta encontrar su alma atormentada, maquillada por el glamour de la City, los deportivos de lujo, las mujeres estupendas como esculturas clásicas y el bullicio de un turismo globalizado que como una plaga de insectos lo uniformiza todo, una apisonadora low-cost que convierte las ciudades en parques temáticos. Barcelona, última víctima de esta moda, tampoco es lo que era y cada día me gusta menos.