Nostalgia del Messina

Todos los anticuarios sabemos que no debemos dejar nunca la tienda. Hay una especie de ley de Murfy que dice que cuando estás no pasa nada pero cuando marchas llega el cliente o te ofrecen el cuadro de tu vida. Esto es lo que le pasó a un amigo anticuario. Acababa de abrir su negocio en Madrid cuando un día de julio de 1965 viajó a Barcelona donde le habían avisado por unas tallas góticas dejando la tienda a cargo de su mujer. Justamente entonces apareció un señor vasco que llevaba envuelto en una manta una pintura sobre tabla que representaba una Piedad. Un angelito pelirrojo lloraba sujetando el cuerpo muerto de Cristo. A la izquierda, había una calavera. Al fondo, un paisaje mediterráneo. Le respondió que ella no podía tomar la decisión de adquirir el cuadro. Por la noche, cuando el anticuario llamó para saber qué había pasado, su esposa le comentó que le habían ofrecido una pintura sobre tabla por 500.000 ptas, que el hombre tenía mucha prisa y que no le habían dejado ni una foto. De regreso, el anticuario indagó y supo que el cuadro era una joya de uno de los máximos artistas del Quattrocento italiano: el siciliano Antonello da Messina, llamado así por la ciudad que lo vio nacer. También supo que los propietarios ya habían llegado a un acuerdo para venderlo al Museo del Prado.

En una de las obras de mayor intensidad sentimental del Renacimiento italiano, la escena se concentra en el contraste de la cabeza del Cristo con los ojos cerrados y la boca abierta y el ángel que sujeta mientras llora. Antonello pintó una tabla con el mismo modelo de Cristo que se conserva en el Louvre. El mismo rostro pero lleva la corona de espinas en la cabeza y tiene los ojos bien abiertos, dos lágrimas resbalan por su mejilla. Los especialistas dudan de cual de ellas va antes y si fueron pintadas en Venecia (hay un eco de la pintura de Giovanni Bellini) o de regreso a Messina (en el fondo del paisaje aparece la cúpula de la ciudad) en los últimos años de su vida entre el 1475 o antes del 1479, fecha de su muerte.

Sea como sea, cada vez que voy al Prado me detengo a observar esta obra maestra de todos los tiempos. Me fascina el detalle casi de orfebre del paisaje donde las calaveras y los huesos parecen piedras como en un Tanguy avant la lettre. Detrás de la imagen tampoco dejo de pensar que mi amigo lo hubiera podido comprar por lo que entonces valía un coche si no hubiera dejado la tienda para ir a Barcelona a ver unas tallas que resultaron ser todas falsas.

 

Artur Ramon Navarro