Artur Ramon: «Que el grabado sea visto como un arte menor es algo que solamente pasa aquí»

La Razón, 11.12.2020

El galerista y ensayista coordina un amplio y completo estudio sobre la historia del grabado en Cataluña

Parece sorprendente, pero el mundo del grabado en Cataluña no conocía una monografía en el que se analizara su evolución, a excepciones de publicaciones de corte académico. Bajo el cuidado del galerista Artur Ramon, Enciclopèdia Art acaba de lanzar «L’art del gravat a Catalunya», un apasionante trabajo que a la manera de un museo de papel nos acerca hasta el grabado catalán desde el Renacimiento hasta hoy.

–Este es un libro que se podría que haber hecho hace mucho tiempo.

–Desde luego. Hay estudios parciales sobre distintos aspectos del grabado y sobre muchos grabadores conocidos, sobre todo desde el ámbito universitario. Pero una obra que abarcara desde las primeras xilografías del Renacimiento hasta hoy no sé si existe. Así que cuando Enciclopèdia vino a hablarme de este proyecto no podía decir que no. Somos muchos los que nos quejamos de que se llama poca la atención sobre este campo o sobre el dibujo porque se consideran como un arte menor o de segunda. Aquí se ha construido un equipo con rigor de especialistas y se reproducen los grabados como si estuvieras viendo el original, no como manchas como suele ser habitual. Esto era un caramelo al que no podía decir que no y en el que hemos trabajado dos años.

–También sirve para hacer un recorrido por el arte catalán.

–Esta historia del grabado no deja de ser una metáfora de la historia del arte catalán: es inclusiva, no se explica desde el canon de la modernidad sino que se ve todo con amplitud. Cataluña tuvo un momento inicial vinculado al mundo devocionario y después al popular que dio pie a las primeras xilografías. Posteriormente, en el siglo XVII pasa sin pena ni gloria hasta llegar al XVIII que es el gran siglo de Cataluña con los grandes grabadores, como son los Tramulles y la «Máscara Real». Todo ello hasta el momento de mayor esplendor con la aparición de Fortuny que está a la altura de los mejores grabadores de la historia, como Rembrandt, Piranesi. Goya o Picasso.

–¿Por qué se considera el grabado como un arte menor?

–Por varios motivos. Primero, por esta concepción casi académica y muy decimonónica en la que la pintura, la escultura y la arquitectura son las grandes artes y las demás son como subsidiarias o residuales que son las que se producen en papel. Es muy propio de una manera de entender las artes y es también una práctica que hace que mientras en Francia o Inglaterra muchos álbumes de grabados circulaban en carpetas álbumes protegidos, haciéndose tertulias a su alrededor, aquí estas obras pasaban por talleres sin ningún tipo de cuidado. Esto ha hecho que se haya perdido mucha obra o ha llegado en un estado de conservación lamentable.

–Parece como si el papel no fuera valorado.

–Hay quien dice que un grabado no puede valer tanto porque es un papel. A su soporte se le da una connotación negativa, algo que solamente pasa aquí. No hay más que ver lo que se han pagado por ciertos papeles de la historia del arte, muy por encima de óleos. Todavía tenemos ese maniqueísmo de arte mayor y arte menor y donde el grabado es como el hermano pequeño del dibujo.

–Supongo que era tentador cargar todo el peso del grabado catalán en el siglo XX.

–Era uno de los puntos difícil de equilibrar en esta obra porque hablamos naturalmente de un grabado más conocido y con color, además de un punto de internacionalización. No quería renunciar a explicar el grabado desde el inicio, además de poner en un mismo nivel movimientos que han quedado eclipsados. En este libro es tan importante Dau al Set como la Rosa Vera que convivieron juntos. No nos hemos quedado con el discurso oficial que habría negado todo esto.

–No se puede negar una especial debilidad por Marià Fortuny.

–Totalmente porque es un grabador que anticipa muchas cosas. Usa el grabado como un territorio propio tan importante como la pintura o el dibujo. Tiene grabados icónicos, pero no es tan conocido. Internacionalmente aún es recordado como el padre de Marianito Fortuny, el que tenía un museo en Venecia.

–¿Por qué el nombre que más resalta del grabado del XX es Miró y no Dalí?

–Le pasa como a Picasso que encuentra en el grabado un laboratorio de ideas que después saldrán en la pintura. Es distinto que Dalí al que si quitamos su primera etapa surrealista con «Les Chants de Maldoror», después es un ilustrador. Usa el grabado con una visión académica. Hay una conexión entre sus litografías para «La Biblia» o «Divina Comedia» con el Miquel Barceló ilustrador. Me da la sensación que hay un descontrol en la obra gráfica de Dalí que es porque él no se creía mucho la cosa.

 

Víctor Fernández