Espontáneos culturales

Desde el área de comunicación del Museo del Prado me cuentan que en las conferencias que programan no admiten preguntas. Antes lo hacían, pero observaron cómo algunos de los oyentes se confundieron. Unos, daban una charla paralela, otros puntualizaban con demasiado rigor al conferenciante, alguno incluso lo increpaba. Pensé que era una decisión un tanto radical hasta que el otro día en una conferencia que dime percaté de que tenían razón. Al final del acto, una señora cogió el micro (los quince minutos de fama de Warhol) y puso en mi boca palabras que no dije sobre cómo hay que mirar el arte, desde la emoción sostenía ella y no desde la cultura como ella me malinterpretó.

Su tono era impertinente, incluso agresivo y se notaba que se quería lucir, pero le salió el tiro por la culata porque no tenía argumentos y el auditorio se puso de mi parte. Esta señora es una metáfora de una parte de la sociedad, parasitaria, que vive destruyendo lo que otros construyen, que va a la contra sin proponer nada. Son espontáneos, como los que irrumpen en los partidos de fútbol, pero culturales. Las cámaras de televisión en las retransmisiones han optado por no hacerles ni caso, deberíamos hacer lo mismo. Narcisistas compulsivos que frustrados por no estar en el lugar del conferenciante proyectan su rabia en él sustentando su endeble bagaje intelectual en un gusto sin conocimiento, es decir, en la nada.

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