La cámara de las maravillas

LA VANGUARDIA

Cultura|s, 15.12.18

Frederic Amat. El artista presenta un concentrado de su imaginario en una inmensa estantería reciclada: un alud de estímulos visuales

 

Si hay un artista imprevisible y ubicuo, ese es Frederic Amat (Barcelona, 1952), que en el decurso de los años se ha ido reinventando sin cesar, como si la creación ya se hubiera liberado definitivamente de cotillas y disciplinas y se encarnara en las formas o soportes más diversos. Por eso lo podéis encontrar en una galería como en un teatro, un libro, un vídeo, la calle, la fachada de un hotel, un ateneo o un concierto de Jordi Savall o Cabosanroque, y en todos esos ámbitos Amat se apuesta por entero, se arriesga, se hace y deshace en directo, consciente de que el acto creativo es uno y diverso y de que el artista es tan sólo un médium a través del cual hablan y resuenan las voces más propias y ajenas al amparo de todo tipo de lenguajes.

Después de su gran retrospectiva en La Pedrera del año pasado, en que incidía de manera muy sugerente en el espacio gaudiniano, ahora nos lo encontramos en la galería Artur Ramon con un proyecto titulado Wunderkammer, en recuerdo de aquellas cámaras de maravillas renacentistas en las que se pretendía compendiar todo el mundo cultural y natural: un concentrado del imaginario amatiano, dispuesto en una inmensa estantería reciclada de un almacén textil, en diálogo con obras procedentes del fondo de la propia galería.

El efecto es espectacular, deslumbrante y extraordinariamente sugerente: arrimada en una de las largas paredes de la galería, vamos descubriendo paulatinamente el insondableuniversodelaestanteríay,entonces, todo esta mescolanza de obras tan heterogéneas –cuadros, dibujos, esculturas, cerámica y batiburrillo de objetos– se abalanzan sobre nosotros y piden ser escuchados: como espectadores quedamos sobrepasados y hasta aturdidos por ese alud de estímulos visuales que nos propone una malla de relaciones tan dinámicas como inagotables. Como siempre, Amat rompiendo barreras y fomentando la promiscuidad, aquella contaminación entre géneros y lenguajes tan reclamada por Pasolini.

Si hablamos también de gabinete de curiosidades es por la acumulación y ordenación intencionada de todo esa maraña de obras que aparentemente se nos presentan sin orden ni concierto: aislada, cada pieza tiene el valor que tiene, pero en relación con las otras el efecto se multiplica de manera exponencial, porque descubrimos cómo, juntas, acaban formando un pequeño teatro del mundo, un retablo contemporáneo, una macroinstalación, cómo gustéis de calificarla. Una obra totalizadora, viva y parpadeante, que nos interpela desde múltiples puntos de vista tras haberse activado el juego de correspondencias que es su alma y motor.

En la otra pared, en diálogo complementario, como un faro orientador, un sucinto conjunto de pinturas presididas por la serie de nueve Cartografías, toda una declaración de intenciones, muy bien analizada por Amador Vega: “El artista registra la cronotopografía de los deseos, de las pérdidas y los logros, y el texto o la materia que resultan de su viaje se añaden con sumo cuidado a los archivos de la memoria”. Una muestra para no perdérsela.

Àlex Susanna

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