Trece nuevas pinturas de Leticia Feduchi
«En el otoño y el invierno pasados, improvisé mi estudio en un cobertizo de la masía de Can Negre, en Puigmoltó. Fui a pintar allí porque me interesaban la luz y los colores del invierno al sur del Garraf, con el sol bajo y el aire diáfano, tan diferentes a
los de mi estudio en Barcelona. Puedo decir que pinté estos bodegones al aire libre porque el cobertizo está completamente abierto por el lado norte, y la luz entra reflejada en la pared encalada que cierra un amplio patio ajardinado. En cierta manera, aquí contravine el canon de la pintura de bodegones, que propone objetos situados en espacios internos iluminados por la luz que entra por las ventanas, o también por objetos situados en la penumbra de los interiores, como es el caso de la luz representada en tantas pinturas nórdicas. De la misma manera que experimenté con la luz, lo hice con los objetos que me rodeaban: tijeras de podar, guantes, herramientas, cerámicas, piedras y trozos de madera; y los vegetales propios de la estación: manzanas, olivos, uvas, almendros, flores secas de alcachofa, algarrobos, granadas y palosantos. Los panes fueron la preciosa aportación del masover. En estas pinturas no hay costumbrismo; simplemente, me adecué a los objetos disponibles en el ambiente rural y en esa época del año, dejando libres las asociaciones que pudiesen suscitar. Son trece pinturas. Desarrollé el trabajo en cuatro grupos, cada uno con las variaciones correspondientes a diferentes puntos de vista y a cambios de las relaciones espaciales. Los pequeños bodegones de los jamones y el cuchillo los trabajé con pinceladas más sueltas y sintéticas, y son estudios de un espacio especular; sin extrañeza, los sitúo en la larga tradición de la pintura de carnaciones. Por su lado, el cuadro de la seta naranja —Omphalotus olearius— se diferencia de los otros porque es una conjunción de elementos en un espacio indefinido. Eso sí, todas las pinturas se estructuraron con la constante luz diurna, que ofrecía enorme riqueza a la mirada: tonos, claroscuros, relieves, texturas y formas, todos nítidos. Esta luz dirigió la factura: crecientes superposiciones sobre soportes magros, pinceladas secas o húmedas, veladuras, fresco sobre fresco. Las jornadas se extendían hasta las cuatro o cinco de la tarde, cuando los objetos empezaban a transfigurarse con la creciente oscuridad.
Al final del invierno pinté el cuadro de las piedras, como un ensayo de cromatismo más ceñido.»