Vanidad de vanidades

Josep y Pere Santilari ultiman una exposición de ‘vanitas’ posmodernas con cráneo incluido

 

Me apeo en Montgat Nord y me quedo un rato observando un perfil de Barcelona completamente distinto. Desde el norte, el emblema de la panorámica es sin duda la térmica del Besòs, con sus tres chimeneas recortadas sobre la línea del horizonte; los demás iconos del ‘skyline’ barcelonés, sus caprichos de ladrillo, pasan desapercibidos frente a la rotundidad de la Sagrada Família de Sant Adrià, que así llaman algunos a la vieja central de Endesa. Desde aquí, el relato de la ciudad es otro; más fabril, menos hedonista.

Se bien dónde estoy -mi abuelo había trabajado en Montgat, en la fábrica de cerámica-, pero me oriento fatal. Por fortuna, el pintor Josep Santilari (Badalona, 1959) se llega amablemente hasta la estación para llevarme hasta el estudio que comparte con su hermano gemelo, Pere, además de una misma pasión y un idéntico estilo verista muy en la línea de su gran maestro Antonio López. De camino al atelier, el artista habla de las texturas luz, y al escucharle sus descripciones se acercan bastante a las que haría un filósofo en torno al sentido de la vida pero sin ponerse estupendo. Desde este flanco, asegura, Barcelona suele ser una neblina gris. La mejor luz para observarla, la luz dorada de Tiziano, se da a cierta hora de la tarde, unos instantes fugaces que nunca transcurren en el mismo segmento del minutero. ¿Los mejores días para cazarla? Entre octubre y noviembre, sobre todo cuando sopla el mistral.

Mirada sosegada

Los mellizos SantilariJosep y PerePere y Josep, ya enfocaron su mirada reordenadora y sosegada hacia la silueta de Barcelona en los años 90, cuando la ciudad acometía su metamorfosis para los Juegos Olímpicos, y lo hicieron con dos muestrarios que dejaron huella, ‘El cielo de Barcelona’ (1997) y ‘De prop i de lluny ‘(2000). En busca de la precisión, del matiz lumínico exacto, cada uno de sus cuadros puede contener hasta unas 30.000 pinceladas. A veces los pintan a cuatro manos, pero de natural es Pere el paisajista, mientras Josep, a quien se le distingue por la coleta, prefiere la figura. En el bodegón encuentran un territorio común.

Barcelona vista desde Montgat en un cuadro de los Santilari.

Las paredes del estudio encierran un aire monacal de silencio minucioso, un espíritu que ya se intuye en el texto que Josep ha escogido para su estado de Whatsap, un verso de Virgilio: «Todo lo vence el esfuerzo obstinado». Aquí dentro no hay brotes erráticos de inspiración, sino horas de trabajo que casi podrían masticarse. Tres años atrás, David Trueba le hizo a Josep un documental sobre el proceso de pintar un lienzo, sin liturgias ni zarandajas, que tituló a secas ‘El cuadro’.

Como los artistas evolucionan azuzados por la curiosidad, los Santilari han aparcado el paisaje y exploran ahora un subgénero pictórico muy acorde con el signo de los tiempos: la ‘vanitas’. Se trata de un bodegón de la muerte donde la calavera es el elemento primordial, un cráneo pelado como símbolo del inequívoco final. ‘Memento mori’, «recuerda que vas a morir».

Conservan los pintores, por cierto, unas calaveras en el taller cuyo rastro merecería un ‘Barceloneando’ aparte: una de ellas presenta un culatazo de la guerra civil y la otra… Bueno, cabe la legendaria sospecha de que el cráneo perteneciera a un ‘vietcong’ con el que los estudiantes de Medicina hicieron prácticas en la facultad allá por los años 70.

Moda barroca

Se pusieron muy de moda las ‘vanitas’ durante el barroco, sobre todo en la Europa protestante, como una invitación a reflexionar sobre la fugacidad de la vida y lo inútil de los placeres mundanos. Pero los gemelos Santilari le han dado una vuelta de tuerca al motivo adaptándolo a la época: si en la escenografía clásica el reloj de arena representa la naturaleza escurridiza del tiempo, en sus cuadros toma el relevo un Iphone o el cargador del móvil. ¿El símbolo del poder y su banalidad? Las llaves de un Maserati.

Josep y Pere Santilari ultiman una exposición de ‘vanitas’ para enero próximo en la galería de Artur Ramon que será de obligada visita. Nunca estuvieron tan en boga aquellos versículos del ‘Eclesiastés’ (1,2): «Vanitas vanitatum omnia vanitas». Vanidad de vanidades, todo es vanidad.

 

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