LONDON ART WEEK – Día III

The opening o La inauguración, como quieran

Sale, muy tímido, el sol hoy y parece que el tiempo cambia. Prefiero que este nublado y no haga el calor húmedo y pegajoso de otros veranos que pasé aquí. Todo está ya preparado. Horacio se va: misión cumplida. En una feria o en una exposición nunca sabes lo que va a pasar, nuestro oficio es impredecible porqué se mueve por los hilos del azar. Una obra tiene que encontrar a una persona o viceversa y hay muchos parámetros que juegan en esta rara ecuación. Vendemos objetos de última necesidad, ilusiones, sueños. Somos artesanos de las posesiones ajenas.

Puntualmente a las 3 empieza el show. Llegan mis amigos Béa y Christophe desde Angulema. Llevan el cansancio grabado en su rostro. Se han levantado a las 5 para estar aquí a las 2 antes de comenzar. Les gusta la instalación con los dibujos flotando y detrás el muro de los libros. Pasaré aquí muchas horas – no quiero ni contarlas – pero es una bendición. Siempre quise recluirme como un monje entre la belleza y el conocimiento, los dibujos y los libros. Ora et labora….que me enseñó mi tío benedictino.

Llega un hombre de unos sesenta años vestido de Rolling Stones. Ojos de loco claros, barba corta y blanca y múltiples collares colgando en su pecho de lobo de mar. Arrastra una guitarra en una funda y hablamos durante una hora de su música y sus cosas. Es increíble lo fácil que es establecer diálogos cuando estás encerrado en una biblioteca. Los libros ayudan a crear un clima hospitalario, el simulacro perfecto de un hogar. Me acaba confesando que es productor de cine y busca dinero para su próxima película y me invita al concierto que da en el Soho está noche. No iré. Sólo pienso en irme a casa a cenar y a dormir.

Luego vienen una extraña pareja formada por un hombre de unos setenta y tantos años, orondo, británico y con ojos bañados en lágrimas y melancolía con su mujer oriental, una señora de la misma edad, pequeña y cabellos de azabache, que no para de hablar y tiene un tic curioso. Cada tres palabra se pone el índice en la boca y lo chupa: espero que al despedirse no me de la mano. Me habla de cuando fue a Barcelona en los setenta y el recuerdo hermoso que tiene de la ciudad. Es violoncelista y tocó para Dalí en el Tibidabo. Desde entonces no ha vuelto y le digo que es mejor que no haga este viaje tentador porqué tendrá un desengaño. Es siempre mejor no volver allí donde uno fue feliz y conservar el viaje en la memoria y no confrontar la belleza del recuerdo a la cruda realidad. Barcelona ya no es lo que era y no lo será jamás. Todo cambia, se transforma, se uniformiza.

Hay otros clientes que vinieron y se interesaron por las obras. Empieza lento, como siempre. Una exposición es una carrera de fondo y quedan aún días para la esperanza. En Londres luce el sol.

Continuará…