Paisajes, esa técnica que mira y representa el mundo.

El paisaje es un invento humano, ya plástico, ya literario. El resto es dura realidad geográfica. Desde Homero, la poesía recreó espacios y ubicaciones entre el río Escamandro y el monte Ida; o los bosques de Ítaca donde se alimentaban los cerdos de Ulises, bien cuidados por Eumeo. En las casas romanas había muchos frescos con imágenes de árboles y animales. A estas representaciones artísticas, ahora, la galería Artur Ramon dedica la exposición L’Espai del paisatge, una delicia para los sentidos.

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Bofill. Presagi, 1984

 

El espacio del paisaje. Galería Artur Ramon

El paisaje, tal y como está interiorizanda su concepción entre los humanos, es un invento de la mirada. Mirada que puede ser directa: la observación de un espacio natural o interior limitado por la contingencia física de los ojos, o indirecto, en este caso recreado en una fotografía, postal u obra pictórica. En estos meses la galería de arte Artur Ramon dedica una exposición temporal precisamente a este tema: El espacio del paisaje. No se trata de la presentación de obras de una autora o autor (como suele ser a menudo); en esta ocasión la renombrada galería de arte ha echado mano a sus propios fondos para generar un interesante viaje a través de piezas, bloques temáticos y artistas conocidos contando con la organización y la estructura del comisario Albert Esteve de Quesada, profesor de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Valencia desde 1982, una persona interesada en la pedagogía del contenido artístico, así como en la didáctica que los museos deben aplicar para hacer atractivo su contenido. Ha colaborado con el IVAM y otros museos valencianos. El resultado de su trabajo en Artur Ramon transporta al visitante a través de un gran número de representaciones pictóricas y dibujadas, dispuestas de acuerdo con paisajes imaginarios, paisajes de viaje, paisajes interiores y otros elementos en los que es fácil encontrar firmas muy conocidas: Miquel Villà, Marià Fortuny, Joan Fontcuberta, Ramon Casas, Ràfols-Casamada, Joan Ponç, Rafael Alberti o Frederic Amat. Todo un programa iconográfico dispuesto para el disfrute estético y la reflexión conceptual.

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Ponç. La Torre de Babel, 1975

 

El paisaje y la laicización del arte pictórico. Paisajes imaginarios

O sonho é ver as formas invisíveis / Da distância imprecisa, e, com sensíveis / Movimentos da esp’rança e da vontade,/ Buscar na linha fria do horizonte. (Fernando Pessoa, 1911).

En la pintura románica no hay paisajes. Los artesanos, excelentes maestros que decoraron iglesias y palacios medievales, utilizaron fondos neutrales y planos. Es cierto que no fueron del todo originales; lo mismo sucedió en el arte bizantino, por ejemplo, cuando se representaban escenas religiosas o de casas reales (mosaicos de S. Vital de Ravenna o la infinidad de iconos que decoraban iglesias y casas ortodoxas). Porque? Porque, según las concepciones religiosas de determinadas sociedades, un dios no puede ser representado en un espacio terrenal humanizado. Así como los egipcios no podían representar al Faraón y a los demás dioses de forma natural. El paisaje implica laicización de las imágenes, de las representaciones iconográficas. Por el contrario, en Oriente la expansión del budismo permitió la introducción del paisaje en las escenas pintadas. El budismo no tiene dioses. En Occidente el dictado impuesto por Dios, que Eva y Adán en el Paraíso tenían que trabajar para sobrevivir, hace que la naturaleza, a la que hay que exigir que dé frutos para el sustento, sea enemiga del género humano. La Tierra, la naturaleza salvaje, es la condena a la que hay que vivir amarrados.

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Fortuny. Interior de café, 1874

 

En Europa occidental, las cosas varían a mediados de la Edad Media, cuando – según la leyenda negra de esos mil años de historia – no ha habido avances importantes, en Italia aparece un monje comprometido con la pobreza y el respeto por las criaturas de la naturaleza. Francesco d’Assisi (Francisco de Asís) fue un revolucionario, tanto por abandonar las posesiones terrenales (la antítesis de lo que seguían haciendo las órdenes religiosas y monásticas) como porque para él todas las criaturas, vegetales y animales, son hermanas de la humanidad. Llegados a este punto, ¿qué puede hacer el pintor Giotto di Bondone al tener la tarea de decorar la iglesia de Asís con la vida del santo? No le queda otra opción que introducir escenas en las que la naturaleza tiene que aparecer (los hermanos del santo) como un personaje más en el relato biográfíco. Y así, poco a poco, Giotto, Simone Martini y cada vez más pintores italianos (y pronto de fuera de Italia) comienzan a ambientar una escena, ya religiosa, ya secular, en un espacio urbano o rural, con ciertos juegos de perspectiva.

Siglos después, Holanda. El luteranismo y el calvinismo no permiten la representación de figuras religiosas, dioses o santos. ¿Qué hacen pintores como Rembrandt, van Ruysdael? Hacer retratos de burgueses que puedan pagarlos y representar paisajes que esas familias acomodadas cuelgan en sus hogares. Son estos paisajes holandeses con un horizonte bajo (mucho cielo y poca tierra), molinos de viento, árboles y cielos llenos de nubes.

Una de las dos secciones de la exposición El espacio del paisaje es precisamente Paisajes imaginarios. Solo en esta sección, las posibilidades de incluir obras excederían los límites razonables de una muestra. Sólo la pintura surrealista brinda toda la imaginación para ilustrar esta sección. La galería de Artur Ramon presenta piezas como Presagi (1994), de Camil Bofill o Espai verd (1977), de Hernández Pijuan, o Semiópolis: Odyssey (Homer) 1999, de Fontcuberta. Todos tan diversos y tan sugerentes.

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Fortuny. Vista de Tanger, 1862

 

Paisajes de viaje. Gran tour

Després, si així ho vols i t'agrada, / vist que la lluna encara / surt puntual de la fredor del mar / i el vent, albardà foll, / xiscla i s'escampa per les seques vinyes, / et serà lícit de sentir-te culte / i, a estones, qui sap si felicíssim (S. Espriu, Noves paraules d’Agur, 1954).

El horizonte está acotado. Cada sentido tiene su límite: el tacto lo tiene cerca, como el gusto; mientras que la vista y el oído pueden alejarse a propósito. Pero no es un límite físico, detrás del que no hay nada. No está definido: si nos movemos también el horizonte se mueve. En la historia de Manuel Rivas, El lenguaje de las Mariposas, Pardal huye de la escuela para ir a A Coruña, y desde allí emigrar a Buenos Aires, pero cada vez que llega a la cima de un monte, hay otro horizonte de montaña más alto. Existe una tipología de paisajes que se relacionan directamente con el viaje. A lo largo del siglo XX estas vistas, ya sea de geografías rurales o urbanas, se condensaron en un producto industrial conocido como postal. La postal es un rectángulo de cartón de 10×15 cm, con una fotografía en una de sus caras y se envía como un recuerdo del paso por un determinado paisaje. En 2017, el artista Oriol Vilanova presentó en la Fundació Antoni Tàpies una instalación titulada Domingo, que consistía en llenar los muros de la antigua editorial Montaner i Simon con 27.000 tarjetas postales de su propiedad. El efecto logrado fue el de un gigantesco mosaico, con teselas-veduta. A Vilanova le gusta mucho visitar los viejos mercados el domingo por la mañana (adicto a el Sant Antoni), donde encuentra las postales antiguas de las que se deshace la gente. De ahí el nombre de la instalación: Domingo. Buscando una correlación temporal, se puede afirmar que las postales son el producto propio de los tiempos del turismo de masas. Actualmente las postales están desapareciendo. Ahora el mensaje inmediato desprecia el envío de correo postal, y los visitantes y los trotamundos prefieren el selfie, esa fotografía de envío urgente e inmediata llegada a destino. ¿El selfie es el signo de la identidad post-turística? Fuera de todas estas modas, y para aquellos que aman los viajes y el Mediterráneo, María Belmonte tuvo el gran acierto de publicar Peregrinos de la Belleza, un extraordinario repertorio de biografías de personas que, autóctonas del norte de Europa, acaban cautivadas por Italia o por Grecia.

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Casas. Elisa Casas tocant el piano, 1884

 

La promoción turística es muy antigua, puede que ya existiera en la época de la Grecia clásica o del Imperio Romano. Desde la época medieval, por ejemplo, se han conservado algunos coplas para la promoción de partes del Camino de Santiago. En particular, para invitar a aquellos que peregrinaban a Santiago en los siglos medievales, que desde León ascendían a Oviedo para ver allí las reliquias (entre ellas el pretendido sudario de Cristo, ubicado en la iglesia de Salvador ovetense), corrían por el Camino Francés cantigas que más o menos decían: Quien va a Santiago / y no va al Salvador / visita al criado / y no al señor. Y pasados los siglos (XXIII, en particular), creció mucho la promoción turística, paralelamente a los recorridos que hacían los miembros de las ricas familias europeas: el Gran Tour. Como todavía no se había inventado la fotografía, la forma de regresar a Londres o la ciudad de origen con recuerdos de los lugares visitados eran los dibujos o pinturas de Venecia, Roma, Atenas o de las pirámides; las veduta. Quien sabía mucho sobre el valor de la imagen en esos siglos era Il Canaletto, que manipulaba las vistas de su ciudad para que los espacios apareciesen más grandes de lo que eran (y son), y así hacer más deseable pasar unos días en Venecia. Los artistas de hoy en día juegan bastante con el concepto de paisaje y su contenido. Tal es el caso de esta pieza del artista chino Liu Wei (año 2004) en la que interpreta e incluso se burla del clásico paisaje chino creando una fotografía de un paisaje típico, pero hecha con “ingredientes”  sorprendentes e inusuales.

De horizonte viene horizontal. En el lenguaje ya cualificamos el concepto: horizontes marinos, de infancia, en las montañas; horizontes pasados, múltiples, satisfactorios. La verticalidad en el mundo occidental, al contrario, siempre ha sido el camino de la comunicación con los seres divinos. Con las deidades positivas que están en alto, y con las negativas, que están debajo de nuestros pies. En el arte que llamamos románico las líneas dominantes son verticales. El primer grupo de piezas que se puede ver en L’Espai del paisatge se refiere a paisajes de viajes, precisamente. Y hay pinturas de muy variada procedencia y autoría. Un paisaje romántico de Lucas Velázquez, por ejemplo, otro paisaje de Jaume Morera o una mirada especial al Pont Neuf en París, por Brangwin (1919), entre muchos otros que salen de los magníficos fondos que posee la galería.

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Villà. Carrer del Masnou, 1933

Paisaje del tiempo y la memoria, paisaje y espacio interior.

Así, al abordar las imágenes de la casa con la preocupación de no descuidar la solidaridad de la memoria y la imaginación, podemos esperar tener que sentir toda la elasticidad psicológica de una imagen que nos mueve con una profundidad inesperada. En poemas, quizás más que en recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa (G. Bachelard, La Poétique de l’espace, 1957).

En 2012, la Fundación La Caixa presentó en las salas del Caixaforum una exposición titulada Les arts de Piranesi. Arquitecto, grabador, anticuario, vedutista y dibujante. El largo título da pistas de lo que contenían las más de 250 obras en grabado de este artista italiano. Y tanto sirve para paisajes de viaje, ya que había muchas vistas romanas, por ejemplo, pero también la exposición contenía abundantes grabados de geografías inventadas. En este caso se trata de espacios imaginarios, y también de espacios interiores, porque casi todos eran visiones de prisiones inventadas por el autor. Los paisajes no tienen por qué reproducir piezas de geografía que adquieran un valor significativo para el artista o para quienes encargan la obra. Hay paisajes que miran al interior. El paisaje interior, de riqueza infinita, o los paisajes que representan geografías domésticas. En los años 2017 y 2014 en la ciudad de Barcelona se dedicaron las primeras exposiciones monográficas a una pintora de gran valor, pero por algunas razones pasó desapercibida (entre otras por ser una mujer, por supuesto): Luisa Vidal. Esta pintora, como se ha visto en el MNAC, pintó especialmente interiores, paisajes domésticos. Otro tipo de paisaje “interior” son los jardines privados, a los que Santiago Rusiñol ha dedicado mucho tiempo y pintura y terminó presentando en un libro titulado Jardins d’Espanya. Con el mismo título, el Museo del Modernismo de Barcelona presentó una exposición temporal en sus espacios de la calle Balmes. Una delicia estética. La secuencia literaria de este tipo de viajes es en todos los tiempos y latitudes. El paisaje de la memoria y el tiempo ha sido la isla de un Robinson, o las villas que Italo Calvino construye y describe, poniéndose en la piel de Marco Polo y describiendo al emperador chino las ciudades invisibles.

El comisario Esteve de Quesada acertó al introducir en El espacio del paisaje secciones donde se cuidan estos paisajes interiores (o de interiores), y otro de la memoria, nada menos. En el recorrido en esto bloques temáticos encontramos obras de Mariano Fortuny, el pintor de las guerras en África, así como una pieza de Interior de Ramon Casas, artista al cual se han dedicado numerosas exposiciones en los últimos años, con ocasión del Any Ramon Casas para celebrar los 150 años de su nacimiento. Obras de Marsans, de Torres-García, de Mir. También cabe destacar una pieza especial: La ciutat dibuixada (2003) del pintor y dibujante Pere Santilari. Pere es el gemelo de Josep; ambos trabajan juntos en el mismo taller de Montgat y hacen pinturas y diseños realistas de una sensibilidad muy especial. El año pasado la galería Artur Ramon programó la muestra 7 pecados capitales, con Josep Santilari y Pere Santilari, un festival de vanitas para los sentidos. A partir de una calavera y algún otro elemento, los hermanos Santilari son capaces de definir un pecado. La avaricia viene representada por una calavera con los billetes y las monedas; nada más. La envidia es el cráneo con una cuerda que cubre las aberturas de los ojos, tapándole la vista de flores y fruta. En estas piezas sobre los pecados capitales, la luz es el eje de producción, el dictador de la obra. Mirando las formas de trabajar de los grandes maestros, los Santilari alcanzan la luz caravaggista, la luz tan dirigida. Luz / sombra, un binomio de siglos y pinceladas, aliados caprichosos de la trascendencia artística.

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Lisa. acto espacial, 1955

 

En la sección de Paisajes del tiempo y de la memoria hay también Carrer del Masnou (1931), del pintor Miquel Villà. La influencia de Cezánne en ese paisaje, enmarcada por los volúmenes simples, así como ciertos colores que tienen herencia fauvista, es evidente. Villar vivió en París, donde se hizo amigo de Duchamp, Gargallo y Togores, entre otros. En 1928 regresa y se instala en El Masnou. En la posguerra será apreciado en Madrid, como demuestran las exposiciones que realizó allí. Y en los años 70 fue profesor de pintura y dibujo de una joven llamada Lita Cabellut, quien declaró: De él aprendí la disciplina del color y el adiestramiento de las líneas.

La exposición El espacio del paisaje continúa a lo largo del recorrido de más secciones, piezas y artistas. Como resumen, es obligatorio señalar que esta exposición preparada y presentada por la Galería Artur Ramon es un regalo para los amantes del arte. Suerte que hay personas y espacios como estos, sinó habría que decir de nuevo, llorando (aquí aplicado a las artes), como lo expresó Ramón María del Valle-Inclán, en su obra Sonata de Otoño: ¡Lloré como un dios antiguo cuando se extinguió su culto!

 

Lito Caramés

 

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